viernes, 8 de junio de 2012

La travesía de Charlotte

No sé qué tiene de especial esta carretera, falla un poco la iluminación, alguna curva poco deseada, pero una carretera como otra cualquiera en esta zona al fin y al cabo. Aún continúo preguntándome por la veracidad de aquella historia.

Me dirigía rumbo a ver a mi prometida a la capital, como cada semana, en un antiguo coche de segunda mano que pude conseguir en un taller cercano a casa. Nos separaban al menos tres pueblos que debía atravesar, pero no me importaba. Tras tantos años era ya algo a lo que me acostumbré y acepté como precio por verla. Además, quedaba poco para la ceremonia y tras ésta, compartiríamos un hogar definitivamente.

A mitad de camino pude observar que más adelante parecía haber ocurrido un accidente, por lo que la habían desviado por otras carreteras alternativas. Para mi desdicha salí por error en una de las salidas anteriores a la que debía.

Minutos más tarde llegué a la entrada de un pueblo, el cual parecía un tanto dejado (desconocía el nombre, pues no quedaba ni un cartel sano). No parecían vivir muchas personas en aquel lugar. El suelo estaba a medio asfaltar, como si un día lo hubiera estado, pero de hace tanto que el tiempo hizo lo que le vino en gana con él.
Había también un notable salto generacional, tan sólo vi algunos ancianos con una agria mirada en sus porches y algún que otro niño extraviado jugando con su pelota o siendo reprendido por su madre, ya en entrada edad.

Me percaté que el pueblo daba lugar a numerosas salidas, pero ninguna me daba la suficiente confianza como para aventurarme. De forma que me dispuse a dirigirme a algún lugar donde poder parar a pedir indicaciones y, de paso, tomar un café.

Paré frente al que parecía la única taberna del pueblo. Al entrar pude ver a un grupo de ancianos discutiendo junto a la barra. Según parece quejándose de un robo ocurrido hace unos días.
El tabernero creo que fue la persona más joven que vi en aquel lugar, y no parecía tener menos de cuarenta años.

Pedí un café y, mientras lo preparaba, le pregunté si conocía algún camino para ir al siguiente pueblo y así continuar mi viaje. Pensativo, me dijo que tendría que dar un rodeo demasiado extenso, tardaría al menos tres horas de viaje (mucho más de lo que dura el viaje completo).
Pregunté si no conocería alguna otra ruta o carretera que fuera directa a la capital, pues me estaban esperando. A lo que me respondió que llevaba poco tiempo allí y esa era la ruta que conocía mas corta.

Con la ultima pregunta noté que los ancianos dejaron de discutir y se pusieron a susurrar entre ellos. Al poco, mientras me tomaba el café, se me acercó el que parecía el más anciano y me dijo, en voz baja y con un tono preocupado, que él conocía una ruta ya sin transitar con la que podría llegar a la ciudad en algo menos de una hora, pero tenía cierto peligro. Era perfecto, tendría que conducir de noche, pero bueno, no iba a ser mucho tiempo.

Tras el café, salimos a la calle y me indicó, como allí la llamaban, "La travesía de Charlotte". Según me comentó, para todo el pueblo esa era una ruta maldita, pues hubo un día, cuando en el pueblo habían mas jóvenes, que allí murió una chica llamada Charlotte, una extranjera que llegó por amor a estas tierras. Un muchacho de este pueblo la trajo consigo después de un largo viaje en el extranjero visitando a parientes lejanos.
Se veían muy enamorados, incluso se prometieron a los pocos meses de llegar, llevando ambos el pañuelo blanco en la muñeca como es costumbre en estas tierras cuando uno da tal paso.
Pero ella no eligió correctamente a su pretendiente pues éste era acostumbrado a la bebida, cosa que acababa sufriendo cuando volvía a casa, pues no sería la primera mañana que la panadera veía algún hematoma en su pálida piel. Aun así, ella lo seguía queriendo, no le importaba.

Llegó el día que descubrió que él frecuentaba alguno de los diversos burdeles de la zona, tenía compañías nocturnas de alguna que otra antigua amistad, derrochaba dinero en el juego, tomaba sustancias poco recomendables...y ella no aguantó más.
En cuanto aquella noche volvió a casa, oliendo de nuevo a perfume barato, ella tiró y pisoteó el pañuelo en el suelo con rabia ante él, gritando entre lágrimas cada uno de los reproches que se guardaba para sí y amenazándole con que se iría de allí en cuanto pudiera. Mas él sin mediar palabra, cabizbajo y bajo los efectos del alcohol sacó, sin disimulo alguno, una navaja que utilizaba para despellejar las reses, apuntando al vientre de la mujer. Recogió el pañuelo pisoteado y se lo tendió en la mano, a lo que tuvo que volver a ponérselo entre sollozos ante su cruel sonrisa.
La obligó a caminar por el camino donde solían pasear los primeros días, justo al final de una empinada cuesta que daba a un gran abismo. De pie ante el mismo, la abrazó y le dijo, mientras notaba punzadas en la espalda y la sangre correr, que si no era suya, no sería de nadie.
Tras este deleznable acto la lanzó como un animal al vacío, no sin ella arrancarle trozos de piel y camisa en un último intento de no caer.

Días después, este individuo se encontraba sumido en la culpabilidad, no salía ni comía. Tan sólo encontraba consuelo en las bebidas que le llevaron a ese martirio. Finalmente fue a contar la historia al párroco del pueblo, en un intento de encontrar algún tipo de perdón. Pero de nada sirvió, continuaba deambulando sin rumbo de un lugar a otro en el pueblo, llorando y sufriendo cada noche.

Muchos vecinos, conociendo el caso, fueron a buscarlo una noche a su casa para llevarlo ante la justicia, mas cuál fue su sorpresa cuando al derribar la puerta no encontraron a otro si no al cadáver de ese desgraciado colgado de una soga, agarrando una nota, la cual decía "¡¡No se ha ido!! ¡Esta noche la vi deambular por los caminos! Si su ira es capaz de traerla del más allá, que Dios me ampare".

Y al parecer, desde el día que murió esa pobre muchacha, han tenido algunos percances en la zona donde fue asesinada. Hay quien dice haber visto a lo lejos la imagen de una mujer de oscura vestimenta y con débil resplandor, agarrando un pañuelo ensangrentado en una mano y con el  rostro lleno de ira, abalanzándose a algún curioso que se le acercó, dejando a la mañana siguiente un cuerpo sin vida, casi petrificado, frío como un témpano y con el rostro lleno de terror. Otros afirman ver a una anciana que con cándido rostro, advierte a los caminantes del peligro de la caída próxima y que, al poco, desaparece entre los árboles.
Algunos aseguran que intenta llevarse con ella a los prometidos que se encuentra, ciega de venganza por el daño causado, con la esperanza de algún día toparse con su verdugo.

Cuando el anciano acabó me advirtió también que si me decidía a salir esta noche por aquel camino, al menos me quitara el pañuelo de la muñeca. Le agradecí la información, pero no creo en esos cuentos de fantasmas y amo lo suficiente lo que representa como para quitármelo por una simple historia.
Aunque pareció sentirse un poco disgustado, lo aceptó y volvió dentro con sus compañeros, deseándome suerte en el viaje.

Volví al coche y me dispuse a partir.

Y volvemos aquí, donde sigo sin ver nada de qué alarmarse durante el viaje. Ya me imagino llegar al lugar de siempre, volver a ver su sonrisa y tomarla entre mis brazos. Espero que se haga corto el trayecto.

Ya me estoy acercando al "misterioso" lugar del que me hablaron donde, la carretera hace un giro suficientemente cerrado como para que un conductor con un par de copas de más se acabe lanzando al precipicio. Seguramente de ahí vendrán esas historias. Mejor voy frenando un poco, noto que estoy cogiendo demasiada velocidad. Un momento, ¿por qué está bloqueado el freno? y...¿qué es eso? ¡¿quién podría estar a estas horas caminando por estos caminos?!

No me digas que....maldita sea.....